Nunca me había dado cuenta hasta ahora: siento fascinación por los peces. No por el pez en sí, como animal; sino más bien por su figura como elemento decorativo.
Desde siempre me ha gustado mucho dibujar; cualquier esquina de cualquier hoja me servía para descargar mi imaginación y a veces servía para garabatear casi de manera compulsiva.
En esos momentos de garabateo con la mente en blanco, casi siempre he tenido como elemento recurrente a los peces o sirenas en su defecto, elegantes, curvilíneas y vaporosas... (esto suena de un freudiano total y rotundo).
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Aparte de seguir garabateando peces de manera inconsciente, echando una visual a mi casa aparecen en los siguientes escenarios:
Desde siempre me ha gustado mucho dibujar; cualquier esquina de cualquier hoja me servía para descargar mi imaginación y a veces servía para garabatear casi de manera compulsiva.
En esos momentos de garabateo con la mente en blanco, casi siempre he tenido como elemento recurrente a los peces o sirenas en su defecto, elegantes, curvilíneas y vaporosas... (esto suena de un freudiano total y rotundo).
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Aparte de seguir garabateando peces de manera inconsciente, echando una visual a mi casa aparecen en los siguientes escenarios:

En mi baño: cortina de ducha del IKEA en primer término y piscifactoría de goma detrás.
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Primer plano de uno de estos pececillos. Riquiño, ¿verdad?
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Pared del comedor. Homenaje al neorealismo italiano: Sofía pescatrice.
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En la cocina: imán de la nevera. ¿Os acordáis del anuncio?
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En mi room: despertatiburón. Una de esas freakadas japo-style que tanto me gustan.