Según he leído recientemente, los antiguos romanos elaboraban un manjar de curiosa procedencia: el garum.
Éste consistía en una salsa a base de tripas y despojos de pescado que una vez macerados al sol y a causa de las especias y la putrefacción, destilaban un aceite con notas de mar sucio y detritus. El garum se importaba desde Hispania a las más exigentes mesas a lo largo y ancho del Imperio como un producto exquisito y tan valioso como el vino o el aceite de oliva.
Tal vez sea ésta la razón por la que la esperpéntica Srta. Engendro dejó a conciencia en la encimera de la cocina un plato de pescaditos descongelados durante cinco días. El olor a pescado podrido y un sospechoso líquido pardusco que supuraba de los pececillos no eran más que intentos de repetir esta receta milenaria de nuestros ancestros.
Éste consistía en una salsa a base de tripas y despojos de pescado que una vez macerados al sol y a causa de las especias y la putrefacción, destilaban un aceite con notas de mar sucio y detritus. El garum se importaba desde Hispania a las más exigentes mesas a lo largo y ancho del Imperio como un producto exquisito y tan valioso como el vino o el aceite de oliva.
Tal vez sea ésta la razón por la que la esperpéntica Srta. Engendro dejó a conciencia en la encimera de la cocina un plato de pescaditos descongelados durante cinco días. El olor a pescado podrido y un sospechoso líquido pardusco que supuraba de los pececillos no eran más que intentos de repetir esta receta milenaria de nuestros ancestros.
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No, si al final la Srta. Engendro no va a ser esa escoria inmunda que todos nos obstinamos en creer que es, no. La Srta. Engendro no es más que una investigadora culinaria, una Ferrán Adriá sin tabúes que se atreve a todo y con todo. Como cuando cocinó ese chuletón a medio descomponer con hedor a queso al que aplicó un chorrito de limón para mitigar la pestilencia…
Lo dicho, una innovadora culinaria.
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